7.4.09

Todo sucedió entre dos colores...

Lo efímero que es el tiempo. Que corto puede ser un instante, y a la vez despertar tal recuerdo que el deseo más íntimo vuelve con fuerza a nuestra mente, más cuando aún hemos fantaseado con ello, y hemos rozado la posibilidad de alcanzarlo.

Allí estaba, volviendo pausadamente al comienzo de la noche, deshaciendo el camino y recogiendo el hilo de Ariadna, hasta llegar a mi casa de nuevo.

Mientras cruzaba el puente, una mágica pasarela en la cual las personas van y los automóviles vienen. En el fugaz instante en que pensaba si esperar al comienzo el cambio del semáforo y cruzar, quiso el destino que se pusiera en rojo.

Dios existe. Al menos, el Dios que regula el tiempo en los semáforos. Era ella. Había parado su coche y nos habíamos reencontrado. Meses después de habernos conocido. Un corto "qué tal va todo", y un más intenso y mutuo "te llamaré y nos vemos" fue suficiente. Una sonrisa, y un beso apresurado, pues el verde había caido inexorable, y ya se sabe, los coches apresurados no entienden de deseos ni pasiones.

Bastaron unos segundos para que mi sangre bullera de nuevo por las venas. Quizá lo hubiera visto. Quien sabe. Esta chica me había demostrado cuán observadora puede llegar a ser una mujer. En ese instante, al contemplarla, un irresistible deseo, una excitación intensa, ambas cosas juntas, llenaron mi cuerpo y mis sentidos. El grado de pasión que se destapaba estando juntos no tenía límites, y quizá por ello el "llámame" de ella sonó alto y claro, resonando en las calles, un potente sonido que hizo volverse a los viandantes, aún cuando su coche ya iba bastantes metros por detrás de mí.

A veces creo que las más intensas experiencias de amor no tienen por que suceder en una cama, ni en un ambiente y momento especiales. A veces, se produce una tormenta de sensaciones, un sinfin de pequeños y grandes deseos, de irrefrenables gestos de erotismo y sexo, en el interminable transcurso que va del rojo al verde...