18.1.11

El viaje de Uke




Allí y en ningún otro lugar, estaba él.

Sus innumerables viajes le habían hecho recorrer parajes mágicos, descubrir lugares con gentes que jamás pensó encontrar, y como no, despertar en las más altas montañas para dormirse en las playas más acogedoras.

Como el solía decir, "el Mundo siempre será un lugar digno de recorrer por mis pies, y de ser honrado como se merece".

A estas alturas, nadie dudaba ya de que Uke, el niño que había pasado los más felices años de su infancia junto a cabras y leones, tenía la visión de los territorios amplios, sin límites, que jugando recorrió junto a su padre en Nakuru, en el corazón más bello de Kenia, donde millones de animales disfrutaban -hoy en menor medida- de la cuarta parte de un país para ellos solos. Para ellos, y algunas pequeñas tribus, como esta de Kikuyu, de donde era originario Uke.

A sus bien entrados dieciséis años, le dijo a su padre que quería convertirse en un "dunia msafiri", o lo que es lo mismo, un "viajero del mundo". Su padre, que tantos días le había visto perseguir gacelas y cebras, lo miró a los ojos. Y comprendió en ese mismo momento que el pequeño Uke se había convertido en un adulto, y que si ese era su sueño, recorrer el mundo, el le iba a dejar cumplirlo. Solo le pidió que esperase un año más, para ahorrar lo suficiente de su trabajo como ayudante de la reserva nacional Nakuru para costearle el viaje y algún primer contacto seguro donde ir.

Y bien que había aprovechado el chico su peculiar manera de entender el mundo, y sus pocas pero productivas horas de inglés en la escuela de Kisumu, la ciudad más grande de su zona, donde iban a estudiar todos los niños que podían costearse estudios algo mejores.

Después de más de veinte años, el que fuera el pequeño Uke ya había recorrido más de treinta países diferentes. Trabajando en Australia, Chile, Escocia, Canadá, Birmania, Puerto Rico, India, Portugal, y por supuesto cercanos al suyo, como Uganda, Sudán o Angola entre otros.

Hacía unos días que había sido su treinta y dos cumpleaños. El cartel que divisaba desde su habitación de hotel, al otro lado de la calle, rezaba así: "Visit the lake Cascade, a startling magic moment" (visite el lago Cascade, un momento mágico sorprendente). A la sazón, estaba en el pueblo de Cascade, en el estado norteamericano de Idaho.

Que podía hacer Uke, un keniano de un pueblo pequeño, junto a un lago en la América del Norte profunda, solo el lo sabía.

Desde luego, el día que descubrió que su nombre coincidía con el de un pequeño y raro instrumento de cuatro cuerdas, su amplia sonrisa se dibujó más grande aún. Pues desde niño usaron el nombre corto para llamarle. Más el nombre completo de Uke, era, claro está, Ukelele.

Ese día en que, al final de una empinada y estrecha calle de casas de piedra y suelo permanentemente húmedo, descubrió a las puertas de un pequeño bar, a cinco abuelos tocando de manera divertida y desenfadada aquel instrumento que llevaba su nombre. Y cuando, ellos mismos, al comprobar que comprendía y hablaba inglés, le invitaron a tomar una silla y sentarse con ellos, la emoción fue incontenible para aquel muchacho.

Todos rompieron a reir cuando dijo su nombre, pues levantaron sus ukeleles al unísono, gritando a coro: ¡va por ti, muchacho! Si has venido desde tan lejos para conocer el secreto de tu nombre, te mereces nuestra mejor canción. Y comenzaron a tararear a coro:

darlin' ukelele that I've been dreaming of

dreaming by the ocean,
walking by the sea,
talking to a starfish,
and the mermaids singing to me

(querida ukelele he estado soñando,

soñando por el océano,
caminar por el mar,
hablando con una estrella de mar,
y las sirenas cantando para mí.)

Aquel fue sin duda, el día más feliz en la vida de Uke. O al menos, el más sorprendente que nunca pudo imaginar...

7.1.11

Nombre, name, اسم, navn, 名, izena, Tên, numele...



Aquel pequeño pueblo, presumía de tener los nombres más ajustados a cada ciudadano.

Por ello no era de extrañar que cuando se producía un nacimiento, se pusiera un nombre registrado común a todos, por decreto, que cambiaba automáticamente a los dos años de edad por el decidido por los padres o tutores del menor.

Tal rareza, la explicaban muy bien los eruditos y estudiosos del tema, o algún avispado anciano del pueblo a la caza del turista a quien contarle tan suculenta historia:

'Pues verá usted, que cosas -solía decir el anciano Vetusto, que ya gustó de estudiar y trabajar siempre mucho antes que otros niños/jóvenes-. Se decidió ya hace más de ciento cincuenta años, que todo nacimiento se registrara con el nombre de "Común". Así por ejemplo, doña Prudencia, que acaba de ser madre, ha registrado a Común Martínez del Olmo como hijo suyo.

¿La razón? Pues que los padres, abuelos, bisabuelos y demás familia muy cercana, harán un seguimiento del niño/a en cuestión, y según como le vean evolucionar, así le pondrán su nombre definitivo. ¿Acertado? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero curiosamente, todas las personas tienen una personalidad acorde con su nombre en este pueblo. Realmente curioso...'

Así, la gente comenzó en un principio a poner nombres a sus hijos, no demasiado malsonantes con lo que era usual. Abundaron los niños "Prudencio, Justo, Amable, Narciso, Victorio, Pésimo, Primitivo", y niñas "Luz, Esperanza, Soledad, Angustias, Martirio".

Como no daban tan pocos nombres para abarcar todos los aspectos emocionales y de personalidad de los recién nacidos, algunos padres, bien por valentía, bien por tener un nombre distinto y de "pedigrí", acogieron enseguida nuevas nomenclaturas, pasando a crecer la lista de posibles nombres con algunos tan sonoros como "Clásico", "Perfecta", "Acomodada" o "Salado".

El eco que tuvo esta singular práctica en toda la provincia, y el posterior interés por los medios de comunicación en contar tan singular práctica, envalentonó todavía más a los progenitores.

Con lo cual, el tener un nombre de los antiguos ya era motivo de mofa y de poca consideración hacia el retoño, haciendo a los padres merecedores de comentarios sobre su poca implicación y ganas a la hora de escoger el nombre.

A la par, fueron surgiendo nombres rocambolescos para poder describir el carácter y forma de ser de sus pequeños al cumplir los dos años. Muy estudiadamente, se registraron hijos e hijas como "Alquiler", "Concordancia", "Pegatina", "Cafetero" y demás ocurrencias.

Quien venía de familia bien, o de estirpe de ricos y pudientes, se atrevía con los nombres compuestos, haciendo oídos sordos a los comentarios de la gente. En este caso, se buscaban combinaciones lo más estudidadas posible: "Genio Potente", "Alegría Controlada", "Buscón Adormecido", o el increíble "Santos Doliente Carcajada" (por aquello de que sus tatarabuelos vinieron de Sudámerica, y decidieron mantener la costumbre de su país, de cuanto más largo el nombre, mejor).

Los padres más contestatarios, o con alguna filiación política concreta, cargaban sobre sus hijos sus ideales. "Izquierdo", "Rebeldía", o "Decentro" eran comunes en estos casos.

Y no olvidemos a las tradiciones familiares, que de esas nunca faltaba alguna. "Rosca", la hija de los panaderos de toda la vida. "León" y "Gacela" para los gemelos de los cuidadores del pequeño zoo, atracción de turistas en verano. "Festejo", el divertido nombre que puso "Torete", el empresario de la plaza de Toros a su hijo.

El tonto del pueblo, se llama Luis. Sus padres le pusieron de nombre "Iluminado", por su intuición y su atracción por el conocimiento de las cosas. Ya de adolescente, se dio cuenta de que los nombres de cada uno no respondían al verdadero Ser de cada persona, ni a su carácter tanto interior como exterior. Descubrió -aunque nadie quiso hacerle caso por aquello de no romper una sacrosanta tradición-, que los padres grababan en sus hijos sus miedos, sus frustraciones, alegrías o deseos, muchas veces sueños no cumplidos, o vidas no vividas, para así poder verlas cumplidas en vida a través de esos nombres, condenas a fuego en muchos de ellos...

Tal vez por eso, cuando Iluminado se cambió su nombre a Luis, respiró por primera vez.