28.12.09

Un regalo diferente




Mirando por el cristal del pub, unas tenues gotas de lluvia recorrían su superficie, en una interminable carrera por llegar al suelo.

Esa tarde había llegado hora y media antes de la cita. Las ocho y cuarto. Suerte que en aquel café, la esquina preferida mía, la del mullido cuero como asiento, solía estar libre.

Al lado mío, sobre la mesa, el paquete. Una pequeña cajita cuadrada, envuelta en un más que sugerente color rojo, con una tarjeta pegada que decía "por siempre tuyo. Te amo".

Aproveché el tiempo cogiendo una de las revistas de moda y corazón que ponía siempre el camarero en la esquina de la barra. Extraña combinación, pensé. Todos conocían la afición por el mundo rosa de Javier, el rockero heavy de pelo por debajo de los hombros, el ecologista convencido, el autoproclamado por él antisocial, anticapitalismo y unos cuantos "anti" más. Como para reirse del mundo y el personal, un enorme póster de Paris Hilton presidía la cafetera. Así somos de distintas las personas. Seguramente, este atípico personaje, si entrase la susodicha Hilton por la puerta, le pediría ser su pareja, tal es su inconfesable pasión por ella (¿He dicho ya cuan extraño es? Pues si).

Por fin se acercaba la hora. Un momento ansiado, no por ello menos tranquilo, pues estaba en mi refugio, en mi espacio, donde tantos momentos me acompañaban. Por supuesto, Lucía también lo conocía. Era nuestra cueva, donde hacer realidad nuestros pensamientos, y lanzarlos al aire.

No más bourbon. Quería estar sobrio, para no errar las palabras. Quería ser consciente del momento, y de la reacción de ella. Quería expresarle tantos sentimientos. Quería...

Una pelirroja, que debería andar por el metro setenta de estatura, hizo presencia en el pub. Como si siempre hubiese estado allí -eso también podía ser posible- giró su cabeza a uno y otro lado, recorriendo la estancia, buscando sin inmutarse, decidida y serena. Al cabo de unos instantes, posó su mirada en mí. ¿En mí? ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?

Cruzó levemente el espacio que nos separaba. Sus tacones sonaban en mis oídos, campanas que anuncian una importante noticia. Sin dudar, se sentó enfrente mío. 'Un capuccino, por favor', fue lo que pidió al camarero. Unos minutos eternos, en los cuales saboreó lentamente el dulce café, a la vez que no dejaba de mirarme.

-Hola. Es un placer conocerte -Dijo con voz emocionada.
-¿Cómo dices? -respondí turbado al oir ese tono de voz.
-Todo está en tí. Tu simplemente Eres. Existes. Sabes perfectamente de que hablo. Ahora es momento de que tu decidas. -siguió diciendo.

En ese mismo instante comprendí, sin comprender, entendí sin siquiera pensar, y fui consciente de todo, del entorno, de mi cuerpo, de ella, de mi vida pasada y presente...

-Es para ti. Acéptalo. -dije sin saber muy bien por qué, acercándole la pequeña cajita envuelta en sensaciones rojas.
-Gracias! Es todo un detalle. Ooohhh, vaya. Lo siento, pero he de irme. Deja que te llamé al móvil, y así tendrás mi número para llamarme. Llámame, no lo olvides. -Me soltó mientras me daba un intenso beso en la mejilla.

Han pasado ya dos semanas, y aún no se si llamaré. Lucía me mira, ironías del destino, desde el mismo asiento que ella usó para sentarse el otro día. Miro, más no veo a Lucía. La veo a ella.

A la maravillosa mujer pelirroja de metro setenta y ojos de esperanza, que cruzó todo un mundo para estar conmigo...

5.12.09

¿Qué hay bajo el manto azul de las estrellas? (Sussan)



Frente a mi, el objetivo está durmiendo. Ni yo mismo me atrevo siquiera a rozar mi cámara. Aún lo recuerdo, licor de moras. Sábanas revueltas. Gemelas. Dios, si, gemelas.

Sucedió tal que...

Por esos azares de la Vida, o no tan azares, fui a parar a un pequeño pub de estilo antiguo, con muebles renovados, más mil historias en sus paredes, y en su aire espeso sin humo.

Entré con la esperanza de tomar algo intenso, y poner en orden mis ideas. Nada más alejado de la realidad, para mi sorpresa.

Allí estaba ella. Mirándome como quien devora una chuchería. Seria, vestida de traje, con una revista entre las manos, y unos tacones, como diría una compañera de estas historias, mi apreciada Diabla, unos tacones alzando al infinito unos zapatos hechos solo, por y para esa mujer. Por un instante un escalofrío recorrió mi cuerpo, haciéndome sentir incómodo. Al momento siguiente, un calor tremendo inundando mis más íntimas sensaciones físicas.

Con un caminar que remarcaba sus muslos, y hacía saltar levemente sus pechos, sabiéndose tremendamente deseada en todo su recorrido hasta mi mesa, andando lentamente a propósito para provocar al personal, camarero incluido, llegó al fin a mi mesa. Un más que atrevido "¿puedo?", un sí por mi parte, esperando se sentara, y me cogió la mano, levantándome. Al mirarla extrañada dijo:

-Me has dado tu permiso. Así que no digas nada, y sígueme. A menos que quieras arrepentirte de todo cuanto va a sentir esta noche todo cuanto tú eres.- dijo sonriendo turbadora. Eso era demasiado hasta para mí, curtido en experiencias de ese pelaje.

Fuimos a su casa, un apartamento en un elegante y divertido edificio de formas curvas imitando la naturaleza. Segundo piso. Desde esa noche, me encantan los segundos pisos de los edificios.

Entramos en su casa, y nada más llegar a la habitación, comenzó a desnudarse.

-Quítate la ropa, por favor, y dúchate, que luego voy yo, cielo.

Tras ducharme, y al salir, ver la luz anaranjada de las velas ambientando una cama enorme con sábanas de seda, me imaginé lo mejor. Ella se fue a ducharse también.

-Ponte el antifaz, quiero hacer el amor contigo sin que me veas, ¿me harás ese favor? Sin trampas, si no fin de la historia.

Emocionado, y a la vez subiendo en excitación por momentos, lo hice. Noté como salía del baño, perfumada, como se quitaba sus zapatillas, y, dulcemente, empezaba a saborear mi cuerpo. Un masaje continuo, un movimiento rítmico, un besar todo mi cuerpo, y yo el suyo, recorriendo cada centímetro de su piel.

Más rápido y salvaje llegó la continuación. Tal cúmulo de sensaciones, que me abandoné a la experiencia en tal grado que sus manos parecían multiplicarse por momentos, y sus labios, tan expertamente empleados, era como si besaran dos puntos distintos de mi cuerpo a la vez.

Por fin, después de mil momentos disfrutados y deseados, llegó el clímax. Un torrente de placer y sensaciones salió furioso de nuestras gargantas, de nuestras zonas íntimas. Tras el huracán, la calma.

Nos tumbamos en la cama, encima de un mar de sábanas revueltas. Tal pericia había en sus manos que me acariciaban por ambos lados. ¿Ambos lados?

-Quítate la venda, mi amor. -dijo ella sabedora de mi sorpresa.

Allí estaba ella. Y ella. O sea, ambas. Dos mujeres idénticas, a derecha e izquierda, mirándose con picardía, y apretándose contra mi cuerpo desnudo mientras nos vamos durmiendo.

Hay noches que hasta un mágico cielo estrellado no puede superar lo que hay... bajo el manto azul de las estrellas.