15.7.09

Ayoztingo


Qué hacía yo en aquella villa mejicana, no sabría explicarlo. Tampoco es que me preocupara mucho. A veces se hacen cosas. Y no hay más.

Ramón Alvarado y Núñez. Todo un abogado de prestigio. Un terror entre los colegas de profesión, que nadie quería tener la desdicha de encontrarse en un juicio como oponente. Tales eran los argumentos -y a veces ardides- que con tanto peso aplastaban al contrario.

Yo, un padre de familia rígido, de educación cartesiana y reglas inquebrantables. De opulencia y cuenta corriente generosa. Con mi Bentley Arnage RL, por supuesto, como niña de mis ojos y recompensa a mis esfuerzos y mis desvelos. Un automóvil así te da prestigio, y hace que los demás sepas quien eres.

Llegar a comprender como Clara, una chica de apenas 23 años, llego de Méjico D.F. y se instaló en el despacho contigüo al mío, es todo un misterio. Con su ropa moderna, su pelo de color oro, y sus papeles siempre amontonados. Y sin saber por qué, acepté encantado a mi nueva compañera. El presidente de la compañía insinúo amablemente que me hiciera el reconocimiento médico de costumbre -en un mes en que no lo era-.

El día en que me dijo con la confianza de quien te conoce desde siempre:

-Ramón. Estás mal colocado energéticamente. Y eso terminará afectando a tu salud. Tienes un "nahual" muy poderoso, y está prisionero dentro de tu visión de todo. En dos meses vuelvo a Méjico. Ven conmigo, y descubrirás tu camino.

Ese día la hubiera ignorado desde entonces. Pero sin saber cómo ni por qué, solo me atreví a articular un sincero:

-Clara, llévame. Quiero conocer eso que dices.

Y allí estaba yo, en la villa azteca de Ayoztingo, desnudo salvo por una protección de cuero a modo de ropa interior. Sentando frente al fuego, y, enfrente mío, a cuatro ancianos de incontables años, a pesar de su juventud. Yo, Ramón Alvarado y Núñez, intentando descubrir que espíritu de animal era el que me había elegido al nacer, el cual yo tenía prisionero por razones que se me escapaban.

Y más curioso aún fue cuando después de entrar en un sueño inducido, en el cual me pude ver avanzando hacia la fama y el reconocimiento de forma meteórica, viendo a mis hijos triunfar, y a mi amada mujer ser un influyente personaje público, más curioso fue, repito, cuando uno de los ancianos se puso en pie, y señalándome con el dedo mientras sonreía maliciosamente, gritó al viento: Jaguar! Es un jaguar!

Clara, que había tenido el privilegio de asistir a la ceremonia -gracias a ser sobrina de uno de los ancianos-, tenía los ojos como platos y una cara de estupefacción tan grande como grande y franca era la risa del anciano.

-¿Que ocurre, Clara? Algo se me escapa, intuyo...

-Claro, Ramón. Es por el nahual. El jaguar. Representa la energía femenina y felina. Es la mujer, es la energía que protege nuestro mundo, los cerros, montañas, valles... Cualquier otro, hubiera tenido sentido, pero este...

Han pasado ya seis años de aquello. Hoy escribo estas líneas desde el único punto con conexión a Internet en el Pantanal, en Brasil. Y si. Mis hijos son empresarios de éxito. Y mi ex-mujer sale en las portadas de todas las revistas, semana si, semana también, acompañada de un deportista con un cuerpo 10 y otra cuenta corriente igual de generosa.

Un mosquito intenta comer a costa de mi sangre. Es lo que tiene no llevar por ropa más que un pantalón corto en las horas más cálidas del día. Clara me mira a los ojos, ella me acepta, yo la amo. Se que algún día volveremos, juntos, pero transformados, a la vorágine de la civilización. Más todo sera distinto, viejo y nuevo a la vez.

Tz'ikin, el nahual de ella, la libertad, y a la vez la suerte, el dinero, la abundancia material y espiritual. El jaguar, el mío. Ahora ella es yo, y yo soy ella en lo interior...

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