Esa tarde había llegado hora y media antes de la cita. Las ocho y cuarto. Suerte que en aquel café, la esquina preferida mía, la del mullido cuero como asiento, solía estar libre.
Al lado mío, sobre la mesa, el paquete. Una pequeña cajita cuadrada, envuelta en un más que sugerente color rojo, con una tarjeta pegada que decía "por siempre tuyo. Te amo".
Aproveché el tiempo cogiendo una de las revistas de moda y corazón que ponía siempre el camarero en la esquina de la barra. Extraña combinación, pensé. Todos conocían la afición por el mundo rosa de Javier, el rockero heavy de pelo por debajo de los hombros, el ecologista convencido, el autoproclamado por él antisocial, anticapitalismo y unos cuantos "anti" más. Como para reirse del mundo y el personal, un enorme póster de Paris Hilton presidía la cafetera. Así somos de distintas las personas. Seguramente, este atípico personaje, si entrase la susodicha Hilton por la puerta, le pediría ser su pareja, tal es su inconfesable pasión por ella (¿He dicho ya cuan extraño es? Pues si).
Por fin se acercaba la hora. Un momento ansiado, no por ello menos tranquilo, pues estaba en mi refugio, en mi espacio, donde tantos momentos me acompañaban. Por supuesto, Lucía también lo conocía. Era nuestra cueva, donde hacer realidad nuestros pensamientos, y lanzarlos al aire.
No más bourbon. Quería estar sobrio, para no errar las palabras. Quería ser consciente del momento, y de la reacción de ella. Quería expresarle tantos sentimientos. Quería...
Una pelirroja, que debería andar por el metro setenta de estatura, hizo presencia en el pub. Como si siempre hubiese estado allí -eso también podía ser posible- giró su cabeza a uno y otro lado, recorriendo la estancia, buscando sin inmutarse, decidida y serena. Al cabo de unos instantes, posó su mirada en mí. ¿En mí? ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?
Cruzó levemente el espacio que nos separaba. Sus tacones sonaban en mis oídos, campanas que anuncian una importante noticia. Sin dudar, se sentó enfrente mío. 'Un capuccino, por favor', fue lo que pidió al camarero. Unos minutos eternos, en los cuales saboreó lentamente el dulce café, a la vez que no dejaba de mirarme.
-Hola. Es un placer conocerte -Dijo con voz emocionada.
-¿Cómo dices? -respondí turbado al oir ese tono de voz.
-Todo está en tí. Tu simplemente Eres. Existes. Sabes perfectamente de que hablo. Ahora es momento de que tu decidas. -siguió diciendo.
En ese mismo instante comprendí, sin comprender, entendí sin siquiera pensar, y fui consciente de todo, del entorno, de mi cuerpo, de ella, de mi vida pasada y presente...
-Es para ti. Acéptalo. -dije sin saber muy bien por qué, acercándole la pequeña cajita envuelta en sensaciones rojas.
-Gracias! Es todo un detalle. Ooohhh, vaya. Lo siento, pero he de irme. Deja que te llamé al móvil, y así tendrás mi número para llamarme. Llámame, no lo olvides. -Me soltó mientras me daba un intenso beso en la mejilla.
Han pasado ya dos semanas, y aún no se si llamaré. Lucía me mira, ironías del destino, desde el mismo asiento que ella usó para sentarse el otro día. Miro, más no veo a Lucía. La veo a ella.
A la maravillosa mujer pelirroja de metro setenta y ojos de esperanza, que cruzó todo un mundo para estar conmigo...