26.1.10

Oriental, sábanas y puro deseo (historia real)



Dando un giro a mis historias últimas, aquí os traigo una, totalmente cierta, maravillosamente real, que plasmo en palabras, más solo puede ser entendida cuando se vive algo similar o si se es el protagonista de la misma.
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Lía (nombre ficticio de la mujer real de mi historia) dejó a mi elección la noche y su recorrido, mientras hablábamos por teléfono:

-Cielo, sabes que lo que tú hagas, estará bien. Siempre consigues sorprenderme. -dijo ella.
-De acuerdo -respondí-. Prepárate para degustaciones de todo tipo.
-Eres muy malo, ¿lo sabías? Pero me gusta. Eres un malo de los de buen corazón, así que saldrá perfecto.

Llegó a las ocho y media. Ni un minuto más, ni menos, tales eran las ganas del encuentro. Como había traído su coche, desde su casa -a cuarenta y cinco kilómetros de la mía-, aproveché para hacer de guía por la ciudad.

Salimos a la autovia, para volver a entrar en la ciudad, e ir a salir a un barrio de calles pequeñas, y edificios bajos. Aparcó el coche, y nada más bajarnos, la cogí por la cintura, atrayéndola hacía mi con decisión, a la vez que la besaba juntando excitantemente nuestras lenguas. Tal deseo había en nuestros roces, que todo lo demás sobraba.

Ella me dijo un 'vamos ya donde sea, pero ya, que me muero de ganas'. Yo, con una sonrisa pícara, la miraba, mientras recorríamos un pequeño tramo de calle, para ir a dar a una avenida más amplia.

-Crucemos. - le dije- Es ahí enfrente.

Una fachada de pizarra negra, con tres letras doradas bien definidas en las que se leía el texto "TAN", y una puerta, también en negro con dorados dibujos. Ella me miró sorprendida, pues aquel local tenía pinta de cualquier cosa menos de hotel o de ser mi piso. Aún así, esta mujer y yo siempre nos dejamos hacer por el otro, sabedores de que cuanto ocurre, siempre es del agrado mutuo, y del disfrute intenso.

Nada más abrir la puerta, una amplia estancia, de paredes negras y blancas, delicadamente decoradas. Mesas de caoba, y jarrones antiguos en los huecos de las paredes. Olor a flores, e incienso.

Al instante, una finísima japonesa -o china, o coreana... oriental al fin, pues no puedo precisarlo-, se inclinó saludándonos, e invitándonos a tomar una mesa. Nos sentamos uno enfrente del otro, y mientras nos traían unas pequeñas toallas para limpiarnos las manos, no dejábamos de mirarnos, llenos de deseo, de ganas de sentirnos, de gozarnos, de amarnos placenteramente.

-¿Quieren la carta? -Preguntó amablemente esta vez un chico oriental.
-No, gracias -respondí yo-. Tomaremos dos Degustaciones Imperiales.
-Muy bien -sentenció el chico-. No tardará.

Al momento, una sinfonía de variadas delicias, fue llegando a nuestra mesa, platos minúsculos, fuentes alargadas, salseras de formas imposibles. Sushi, Sashimi, Tepanyakki, Tempura, Pato Bong, Arroz Wong-bei tailandés.

-Que maravilla! -exclamó ella al terminar-. Realmente has despertado todos mis sentidos...
-Es lo menos que te debo, Lía. Tu siempre haces que nuestros encuentros sean algo mágico, y excitante a la vez -dije yo-.
-Venga, ahora si, vámonos, amor. Que voy a hacerte disfrutar como nunca. Eso si que va a ser una degustación de todos los sentidos -dijo mirándome con amistad sincera, cariño y lascivia a la vez-.

Cogimos de nuevo el coche. Volví a hacer de guía, esta vez más emocionado aún. La llevé a un pequeño hostal céntrico, que serviría para dar rienda suelta a nuestras pasiones y deseos.

Subimos a la habitación, y Lía se fue a dar una ducha. Siempre le gustaba ducharse antes de hacer el amor. Era su ritual de pureza, previo al placer. Interesante contraste.

Me desnudé y tumbé en la cama. Al momento apareció ella, cual vestal preparada para el ritual. Comenzamos a besarnos, lentamente, y a acariciarnos el cuerpo, para volver la piel muy sensible.

Después, nuestras lenguas, en un ritmo acompasado y dulce, recorrían, una primero y otra después, las mejillas, la frente, los brazos, pechos, espalda, muslos, pies. Hasta llegar al sexo, desatando un placer sin límites, abandonados completamente al deseo los dos. Hasta llegar mutuamente al orgasmo, largo, sin fin aparente, pues tras ese primer estallido, yo comencé a hacerle el amor, de manera también rítmica...

Al poco ella se giró para yo quedar tumbado boca arriba, y ella, encima mío, con mis manos en sus muslos, y ella apretando las suyas en mi pecho, se entregó a un desenfreno de movimiento, su sexo disfrutando del mío. Tal maestría había en su movimiento, natural y espontáneo más sublime, que llegamos a otro más largo y excitante orgasmo. El cuerpo de ella temblaba, y el mío, recibía esa sensación y conectaba con ella.

Un recoger la sábana para taparnos mientras nos abrazamos, fue la contraseña para fundirnos en un mágico abrazo, y entregarnos a unos instantes de sueño compartido, y así integrar la experiencia en nuestro Ser, en nuestra mente, en el corazón...

1 comentario:

Maria Manderly dijo...

Precioso ...pasion y cariño el cocktail mas buscado..un beso