13.11.10

Loca noche otoñal... ¡en un automóvil!














Antes que nada, especifiquemos. Que no se salga el texto de madre. Que nadie retire a los pequeños del lado del ordenador. Nervios, los justos. O al menos, nervios, para los protagonistas de mi historia. Faltaría más, para ello son los figurantes de la misma...

Curiosamente, subieron al coche cuatro personas que, aunque pueda parecer increíble al final de la historia, ninguna había bebido sustancia alcohólica alguna, ni ingerido alimento en mal estado alguno.

El chico, accedió a llevar a aquellas tres agradables señoritas en su coche.

-No te preocupes, mi hermana se sabe el camino al pueblo- dijo una de ellas.
-Si, nosotras te guiamos, que es lo mejor-.

En que momento se juntaron los planetas, y la rueda de la fortuna dio un giro, nunca se sabrá.

Nada más coger la autovía, y tras unos breves kilómetros, apareció la tan preciada señal de salida a quinientos metros. En ese mismo instante, una voz en grito, de concursante de pasapalabra tras llevarse el premio del rosco, retumbó en sus oídos:

-¡Que te pasas, sal por ahí, por ahí que lo pone en el cartel!-.

Tras ese nivel de volumen en sus oídos, un sobresalto le hizo tomar la salida equivocada. Las otras dos mujeres, a coro con la seguridad que da el estar en territorio amigo, sugirieron siguiera el chico por aquella salida.

-No te preocupes, que si sigues recto vuelves a encontrar una salida para el pueblo-.

La noche se iba tiñendo de una oscuridad inquietante, pues tras varias vueltas, y un par de preguntas a amables viandantes, no conseguía dar con el sitio, que digo el sitio, ni con la salida de carretera en cuestión.

Ellas -que perdonen la comparación- iban discutiendo de tal manera, que había dejado de ser el tranquilo coche para convertirse en el plató de Sálvame de Luxe en el momento cumbre. El chico, haciendo del pecado virtud, seguía conduciendo mientras intentaba mantenerse callado, y rezaba a todo lo que sabía pidiendo encontrar una salida correcta.

Momento zen. Como en un templo espiritual, le llegó la iluminación. En una zona casi desierta, un taxi aparece como bajado del cielo por el mismísimo Dios, que harto de reir ante la situación de las cuatro personas, ha decidido que o les ayuda o se muere de la risa -si, ya se que es Dios, por eso, porque lo puede todo, sabía que podía morir de un ataque de risa como aquel-. El caso es que el taxista al fin les dio la indicación correcta, y el chico pudo llegar a su destino.

Y como todo comienzo tiene que tener su final. Quien sabe, igual el siguiente relato os cuenta como tras, llegado al pueblo, se da el caso de que hay que volver, y como no, de volver nada, que aquí lo que se hace se hace bien o no se hace. Y si hay que volverse a liar para no encontrar el camino correcto, pues se hace. Que donde hay clase se tiene que notar...

No hay comentarios: