12.6.10

Arabe (De historias reales)

Calor.

No el calor de una noche de junio, sino el calor que produce el bullir de las teteras en un acogedor salón de un más acogedor aún si cabe café árabe.

Todo allí huele a lejanas tierras de cuentos antiguos. Se siente en pequeño el latir de los bulliciosos cafés marroquíes, argelinos, egipcios, etíopes...

En esta noche especial, ella también se había vuelto árabe. A pesar de nuestra indumentaria occidental, yo con camisa y vaqueros cómodos pues la noche era muy agradable, y ella con su falda ni larga ni corta, y de rojo pasión. Esta sorprendente mujer siempre consigue hacer que mi imaginación vuele, y mi corazón la ame con locura.

Ella, tan sutil siempre, y tan mágica, pidió al amable camarero un "atardecer", té suave chino con canela y frutos. Yo, en mi estilo de probar lo prohibido, pedí un "Cougon", también té, este tradicional chino con azahar, avellana, y frutos salvajes. Para acompañar, unos deliciosos dulces árabes de intenso sabor. A que negarlo, los dos sabemos como disfrutar de las más bellas, ricas y profundas sensaciones.

El Amor es uno de los pilares de nuestra relación. Desde el primer momento, hemos hablado siempre de eso, y hemos sentido la necesidad de hacerlo así, como dos espíritus salvajes y libres, a la vez que dos corazones tan unidos que cualquiera que los mira ve uno solo. Así de única y especial es nuestra vida juntos.

Yo la miraba a los ojos, mientras le iba expresando las más dulces palabras, su mirada reflejaba tal sabiduría en esos momentos encerrada en su interior, que tuve que callar por momentos, para solo cogerle las manos y sentir su presencia. Su inconmensurable, maravillosa y estupenda presencia. Ella, en perfecta conexión conmigo, en un ritmo juntos que nos va llevando de uno a otro, cogió mis palabras, y continuó hablando ella esta vez.

En esos momentos, veo frente a mi al gran Amor Verdadero de mi vida. El lugar, la magia de las luces y sombras, el aroma de tierras lejanas, de desiertos y oasis hizo el milagro.

Angela se convirtió en Fátima. Para mi, que he leído tantas novelas, se me apareció ella. Quienes hayáis leído "El Alquimista", de Paulo Coelho, me entenderéis a la perfección.

En dicha novela, un pastor de ovejas español, tiene un sueño, y por ese sueño, cruza el estrecho, va en busca de las pirámides de Egipto, va en busca de su historia personal, y resulta que al final, su vida se transforma, y entiende que algo más grande que su sueño personal es el haber conocido a Fátima, de la cual se enamora, y ella de él. Un Amor tan grande, tan profundo, tan lento como el avance del desierto, tan vivo como el oasis que refresca. Y entiende que Fátima siempre estuvo ahí, esperando a que apareciese en su vida, para amarla, respetarla, y ser uno con ella. Además de encontrar el amor de su vida, consigue realizar su historia personal, y llega a las pirámides, y vuelve a España con un tesoro -ella-, y otro que encontrará después en su región natal, junto a sus ovejas.

Así es ella y así llega a mi vida. Yo, haciendo camino hacia mi historia personal, siguiendo las señales, atravesando desiertos, páramos yermos, encontrando algún que otro oasis, para volver al desierto. Hasta que aparece ella, y mi historia personal, pasa a ser Angela -por hoy Fátima, ella me concede el juego de nombres-, en sus ojos encuentro un oasis, en el Amor descubro un tesoro, y tras todo ello, seguimos juntos, hacia nuestra historia personal, siguiendo las señales esta vez los dos al mismo ritmo, en un precioso caminar.

Por fin, llegamos a las pirámides. Aún habiendo visto muchas imágenes y reportajes de ellas, nos parecen grandes, majestuosas, imponentes...

El simpático camarero nos trae las teteras humeantes y un platillo de deliciosos dulces. Yo, con armonía, y la cadencia de quien es parte de la Vida en ese momento, sirvo el té para los dos. El tiempo se detiene, ella respira los olores del ambiente, yo dejo que la bebida respire aire puro antes de llegar al vaso. El tiempo vuelve a caminar. Lentamente, bajo la tetera del aire mientras la miro, con más Amor, con mejor Amor, con un más intenso Amor, mientras esta vez recojo yo su silencio, su pausa, y sigo hablándole, de sus ojos, y del mar, y del desierto.

Fátima vuelve a ser Angela, la que nunca dejó de ser, pero por unos instantes, se convirtió en una princesa mora, en una hija del viento y la arena...

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