8.12.10

Delicatessen "erótica"




Aquella espléndida mujer tenía fuego en su piel, deseo en su interior, y una energía sensual y sexual extraordinaria.

La noche prometía. Como tantas otras noches ya, en las cuales el juego de la seducción, y del deseo, lo llenaban todo, hasta el más pequeño detalle.

Una ducha relajante a la par que un poquito caliente, preparó sus cuerpos, y sus mentes, para una noche de sensaciones inolvidables. Había tanto placer contenido en sus cuerpos, que cualquier cosa podía suceder. Y los dos lo sabían sin sombra de duda. Por ello quizá, durante toda la tarde, sus caricias, miradas y besos estuvieron llenos de excitación.

La habitación estaba a la temperatura ideal, donde aún con el más que frío invierno ya en las calles, todo invita a dejar la cama libre de ropa para jugar, pero a la vez abre la puerta a meterse bajo las sábanas a hacer diabluras de las más intensas posibles. Y así sucedió.

Ella, como una diosa, tumbada en la cama, mostrando todo el deseo y la excitación en sus movimientos. El, sintiendo, como sin haberla rozado siquiera, su sexo crecía en tamaño y se iba poniendo maravillosamente duro, señal de que todo podía suceder.

Como en un ritual ya ensayado, el comenzó a besarla, y ella respondía. Sus movimientos iban describiendo una danza, que hacía sus cuerpos se rozasen sin recato, frotando cada vez más intensamente la piel de uno contra la del otro. Ella gemía de placer, pues a los dos les gustaba excitarse mutuamente sin llegar al orgasmo, sentir un placer que va creciendo hasta por fin soltarlo al no poder aguantar más en una explosión de gozo inmenso.

El, a la vez que le hacía el amor, iba diciendo, como en un susurro, en una letanía que salía de lo más profundo de su ser:

-Siente, mujer hermosa, siente el poder de tu Ser, deja que el placer de tu piel lo llene todo, haz que tu parte femenina se libere y me lleve a regiones de sensaciones nunca sentidas. Descubre el don que hay en tu interior, mujer de Vida, y disfruta de un placer sin límites, dando todo para recibir todo, haciendo que el placer se desborde, hasta niveles de excitación nunca conocidos por los dos.

Ella se iba excitando más y más, al punto de que le venía el orgasmo y le pedía a el por favor que cambiase el ritmo en el último segundo, quedando con todo su cuerpo entero temblando y sin parar de hacer el amor. El, como un experto amante, seguía, muy excitado el también, aumentando el placer de ambos, mientras seguía haciéndola estremecer de gusto y gozo:

-A cada momento que pasa, te vas excitando más y más, mujer intensa. Siente como te va viniendo otra vez el orgasmo, no puedes parar, quieres y deseas seguir sintiendo más y más. Notas, sientes ya como te viene, es imposible que te aguantes, tu sabes que deseas llegar al máximo...

Para entonces, al borde -ya por quinta vez- de ese orgasmo tan esperado, volver a cambiar sin dejar por un instante de sentir el mismo placer, gozo y disfrute de todo el encuentro.

El, al fin, llegó, y lleno a la mujer con su orgasmo. Ella, al límite, toda temblando, moviendo su cuerpo como poseída por el mismísimo Eros en persona, se contuvo. Una vez más.

El, bajo hasta lo más sagrado en ella, se cubrió con la amplia sábana, y comenzó a hacer un vaivén de movimientos con sus labios, con su lengua, sobre el sexo de ella. Tal cantidad de variaciones, movimientos y cambios de velocidad que ella ya ni recordaba su nombre, ni quien era, ni si estaba viva o había subido directamente al Paraíso. El sentía todo el Ser de ella con sus labios, y acompasaba sus movimientos a los del cuerpo de ella, cuando hacía aquello, ponía su alma y su cuerpo en sentir, la respiración de ella, su voz al gemir, sus manos, todo, para darle la experiencia mágica y perfecta, tal era la conexión que habían logrado los dos. Ella disfrutaba en momentos así de una magnífica "delicatessen" en cuestión de sexo y erotismo.

Después de un rato interminable que no deseaban acabase nunca, ella estalló. En un gemido tan profundo, tan intenso, tan largo, tan musical y a la vez tan ronco, que unas lágrimas asomaron a los ojos de él, y una sonrisa apareció en su boca al levantar la cabeza para mirar los ojos de ella.

Y ella, una vez más, sonrió, con esa sonrisa que transmitía el infinito agradecimiento por aquella noche. Por todo cuanto les sucedía en la cama, y fuera de ella. Por haberse conocido y haber llegado a ese nivel de intimidad que muy contadas parejas alcanzan.

Y el sabía muy bien cuánto la amaba. Y cuánto deseaba aquellos momentos tan estupendos. Tan delicados. Tan apasionados...

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